Cuento de 2 Pueblos


Había una vez dos pueblos: el del sur y el del norte.

En el pueblo del sur, el agua clara y pura salía por un gran canal. De aquí se llenaban todas las ánforas, y cada quién pagaba una cantidad modesta de dinero que ayudaba al mantenimiento del mismo. También se vendía a los habitantes del pueblo del norte, ya que de su canal no salía agua y nadie sabía por qué; evidentemente el agua para esta gente, costaba más cara.

Un día, uno de los habitantes del pueblo del norte, conocido por su tenacidad, inteligencia e inconformismo, decidió acercarse al canal para ver qué problema tenía. Al llegar a unos 10mts. previos, un terrible hedor a podrido que provenía del canal lo espantó. Aquello olía como a 300 animales muertos, kilos de estiércol acumulado y quién sabe que otra porquería que llevaría ahí pudriéndose desde tiempos inmemoriales.
Espantado, el buen hombre corrió hacia la plaza del pueblo y logró reunir a todos los habitantes para contarles lo que estaba sucediendo. Luego de mucho debatir decidieron formar un grupo compuesto por los hombres más fuertes y corajudos, porque para meterse ahí dentro se necesitaba coraje ¡y mucho!.




Pico y pala al hombro, se fueron todos camino al canal, y llegando a la zona comenzaron las exclamaciones de horror. Poco a poco, el grupo fue disminuyendo, hasta que se quedó el pobre hombre solo, pues los demás fueron huyendo disimuladamente uno a uno. Volvió al pueblo enfurecido, se subió al techo de una casa, y desde allí comenzó a pegar gritos a todo el pueblo, hasta que logró que varios se juntasen a oírle.

¡¿Quieren pagar de por vida el agua que nosotros mismos podríamos obtener?! ¡¿Quieren que nuestros hijos la paguen más caro aún?!

¡Hombre, es que ahí no hay quién se acerque! -dijo uno en voz baja.

¡Lo he oído! -advirtió el hombre- ya sé que huele mal, y que no sabemos qué es lo que nos encontraremos allí dentro ¡pero hay que hacerlo!. Hay que limpiar el canal de una vez por todas, y mantenerlo libre de suciedad para que siempre tengamos agua fresca y limpia.

Tardó varias horas entre debate y discusiones, pero logró convencerlos otra vez. Al día siguiente, a primera hora de la mañana, estaban todos allí en el canal armados con picos, palas, cascos, guantes, máscaras, y por si acaso, palos bien gordos. El que primero se acercó a la boca del canal, por supuesto, fue el promotor del evento. Comenzó a quitar ramas secas, luego piedras, y todo tipo de porquería maloliente no identificada. Poco a poco, los demás fueron acercándose para ayudarle.


Un líquido espeso negro y apestoso asomó tímidamente por entre las piedras. De repente se escuchó un CRRR TRRRRIIIIICKKK TRIIITTRAAAACCCRRR. Era como algo rompiéndose, y al minuto se convirtió en un sonido lejano, apenas perceptible, de agua fluyendo; por lo que más hombres se apresuraron a quitar mas desechos. De allí salieron restos de animales muertos, partes de estatuas, madera podrida, piedras y más piedras. Y por fin el sonido leve se convirtió en un torrente y los hombres comenzaron a correr despavoridos a los lados del canal. Un chorro de agua negra y hedionda salió a toda presión por entre los desechos. La zona se inundó rápidamente y aquel torrente fluvial no paraba. La inundación llegó al pueblo ensuciando las calles y las paredes de las casas, y horas mas tarde todo el pueblo olía muy mal. Todos blasfemaban histéricos, intentando quitar el agua con cubos, los niños lloraban y los perros extrañados acercaban el hocico al líquido, olisqueaban, y salían corriendo y llorando.

Mientras tanto en el canal los hombres continuaban su labor alentados por el hombre tenaz e inteligente. Doce horas habían transcurrido ya, y comenzaba a oscurecer, pero quedaba poco por quitar, y aquel hedor comenzaba a mejorar. El agua ya era marrón clara. Decidieron volver a sus casas, agotados, hambrientos y apestosos, imaginando todo lo que iban a tener que limpiar en el pueblo al día siguiente.

A la madrugada, un estruendo despertó a todos los habitantes. Salieron a las calles asustados, y al observar las calles, no dieron crédito a lo que veían sus ojos. Un río de agua limpia e inodora estaba arrastrando la suciedad estancada fuera del pueblo, ya no hacía falta limpiar nada mas. Días después, aprovechando la ocasión, construyeron una represa para contener el agua para poder abastecerse sin comprar al pueblo del sur. Disfrutaron por generaciones y generaciones de agua clara y limpia, crearon puestos de trabajo que mantuvieran esa limpieza necesaria, y demás labores requeridas. Pero por sobre todas las cosas, aprendieron que es mejor hacer el trabajo uno mismo que dejar que lo haga otro, y que eso que tanto necesitaban lo tenían a su alcance. Solo había que acondicionar el camino.

Comentarios

Publicar un comentario