Le Grand Finale


La mujer se adentró en el bosque una vez más, sería la última en mucho tiempo. Era un día de diciembre, frío, de esos de principios de invierno. Como siempre, eligió adentrarse por el costado derecho, bajó andando el camino de tierra bordeado por arbustos verdes y árboles extranjeros. Cogió una pequeña curva y descendió por los escalones de ladrillos morenos.

Ante ella, el espectáculo. Tonalidades de color amarillo, ámbar y verdes se mostraban pictóricos solo para sus ojos. Hacía unas horas que había recibido el mensaje de Ouruk, le decía que fuera a visitarle, que tenía una sorpresa. Hoy estaba particularmente bello.

Ella, que acababa de ser asaltada maravillosamente por todas las musas disponibles en ese particular sitio, se arrodilló en la tierra, cogió su cámara y comenzó a encuadrar todas las imágenes que pudo; ninguna era desechable, esa tarde la naturaleza vibraba como nunca.

Es curioso -pensó- cómo cambia el panorama de unos meses a otros, parece un sitio completamente distinto. Y esas hojas cayendo de los árboles...

Llevaba una temporada extraña, quizá la mas rara de su vida. Los cambios, aunque se deseen y se obtengan, siempre superan la imaginación, y si son grandes y vienen algunos de esos todos juntos, de seguro rompen con todos los esquemas imperantes, arrasan con todo lo que uno había creído de sí mismo, y ni siquiera se está cerca de ver toda esa situación objetivamente. Siempre toma un tiempo integrarlos y dejar de temblar.
A ella, que había vivido de cambio en cambio y parecía estar acostumbrada, esos meses la tenían desconcertada. Había elegido hacía algún tiempo vivir muchas de las cosas que estaban comenzando a ocurrirle, y aunque llevaba años gestándolo, y el verlas hechas realidad era motivo de felicidad, no podía evitar tener una especie de ciclotimia que rebotaba del miedo a la tranquilidad. Esta sensación parecía no querer abandonarla, además el que sucediesen otras cosas ajenas a su voluntad, la sensibilizan todavía más.

De repente una voz amable resonó en su mente.

Acércate, te estaba esperando. ¡Que alegría que hayas venido!

Ella no se sorprendió, ni giró su cabeza exaltada buscando de dónde venía esa voz, pues le conocía de la última vez. Levantó la mirada y le vio, allí estaba Ouruk, imponente, rodeado de una enorme capa de hojas amarillas. Se encaminó a su encuentro y se detuvo frente a él, casi pegada. Cuando estuvo segura de que nadie miraba, apoyó una de las manos y la frente sobre la corteza del tronco, era su particular saludo. Sin preguntarse mucho qué hacer, sintió un ofrecimiento a sentarse cerca, pues algo le iba a ser relatado, algo que la haría entender su situación.

Qué ves? -dijo la voz.

Veo que toda la tierra que me rodea, y el camino delante mío, está lleno de hojas amarillas que caen de tus ramas -respondió tranquilamente ella, acomodándose un mechón del cabello.

Entonces... ¿Qué me está sucediendo?

Te estás pelando y pronto quedará tu esqueleto -le dijo mentalmente al fresno.

Muy bien. ¿Y por qué crees que esto me sucede?

Y oyendo como las palabras se le aparecían en la mente, como si alguien le afirmase la respuesta, ella respondió:

Porque el cambio de estación marca la muerte de tus frutos ya ancianos. Luego vendrá otra estación y volverán a crecerte hojas, y así hasta que mueras.

¡Excelente! -exclamó Ouruk con una voz amable y amorosa- eso es exactamente lo que te está sucediendo a ti. De la misma manera. Solo te falta aceptarlo.

Esa tarde ella comprendió con esa simple observación, que lo que estaba experimentando era la muerte de una antigua forma suya, al igual que el fresno, ella se estaba quedando en su esqueleto, y pronto nuevas hojas le saldrían. Comprendió que las épocas tienen un principio y un final, y que aceptarlo es natural. Entendió que, aunque estar desnuda y vulnerable pueda parecer un estado incómodo, es un paso previo y necesario para el nacimiento de lo nuevo.

Dedicado a mi abuelo Roque, quién falleció al día siguiente de que yo, sentada bajo este árbol, escribiese este relato. 

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